Hoy me he levantado de la cama
con la noticia de un matrimonio ya jubilado, a quienes los criminales de los
bancos, que se aprovechan del más débil, habían mandado una carta de desahucio…
lo peor de todo es que como ya sabéis no es un caso aislado, nos levantamos con
noticias de estas todos los días y ahora embarazada de 9 meses a punto de dar a
luz me pregunto… ¿cómo puedo hacer para que mi hija nunca tire la toalla?,
¿cómo puedo hacer para que cuando las cosas vayan mal saque un ápice de
optimismo que le levante todas las mañanas queriendo vivir, aunque vea
injusticias, o aunque las injusticias le pasen a ella?, en esos momentos
recordé, que un día un amigo más mayor que yo, me mandó un cuento y pensé que
ese sería el cuento que le leería a mi hija siempre que pudiera, ya que no
podemos evitar a la vida, no podemos evitar vivir con gentuza que no piensa más
allá de sus cuentas “corrientes” en Suiza y que se creen más por tener más,
cuando no son más que el dinero que tienen… ¿qué triste verdad?... valer por lo
que tienes y no por lo que eres…
Quiero compartir el cuento con todos vosotros, no sé si
servirá para mucho o para todos, sé que a mí sí que me sirvió:
Hubo una vez un rey que dijo a
los sabios de la corte: - Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido
uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo
algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que
ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene
que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran
sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un
mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de
desesperación total...
Pensaron, buscaron en sus
libros, pero no podían encontrar nada. El rey tenía un anciano sirviente que
también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este
sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El
rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó.
Y éste le dijo:
-No soy un sabio, ni un
erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en
palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré
con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se
iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje –el anciano lo escribió
en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-. Pero no lo leas –le dijo-
mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya
fracasado, cuando no encuentres salida a la situación-
Ese momento no tardó en llegar.
El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo
para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los
perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no
había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él
sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya
podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no
había ningún otro camino...
De repente, se acordó del
anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente
valioso: Simplemente decía “ESTO TAMBIÉN PASARA”.
Mientras leía “esto también
pasará” sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le
perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de
camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los
caballos.
El rey se sentía profundamente
agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas palabras habían
resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a
sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso
en la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía
muy orgulloso de sí mismo. El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo:
-Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.
-¿Qué quieres decir? –preguntó
el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy
desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.
-Escucha –dijo el anciano-:
este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para
situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado; también es
para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último;
también es para cuando eres el primero. El rey abrió el anillo y leyó el
mensaje: “Esto también pasará”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo
silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo,
el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se
había iluminado. Entonces el anciano le dijo:
-Recuerda que todo pasa.
Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay
momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad
de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
Todo pasa y
todo queda, pero lo nuestro es pasar… pasar haciendo caminos… caminos sobre la
mar….